La historia compleja de una bailarina común
Todo lo que voy a contar a continuación es real y narro mi historia de cambios y pruebas hasta llegar a donde estoy actualmente. Para comenzar con el "relato" tengo que remontarme mucho tiempo atrás. A cuando yo tenía unos 6 años. Con 5-6 años mi padre y mis hermanos se apuntaron a un club de atletismo en mi ciudad (Granada), así que decidieron que yo también empezara a correr. Sinceramente, yo odiaba aquello. No estaba hecha para ese tipo de actividad. En cada carrera me retiraba, no recuerdo la razón exacta, pero en las que no lo hacía acababa con un buen resultado. Poco a poco dejé de ir a entrenar y me quedaba viendo a los que hacían esgrima o cualquier otra cosa. Recuerdo que en el mismo polideportivo había toda clase de deportes. Estuve un tiempo apuntada a tenis, y tampoco se me daba mal ya que podía practicar en casa. Pero lo que yo quería hacer realmente era gimnasia rítmica, me llamaba mucho la atención la fotografía del panfleto en la que salía la gimnasta que más tarde tuve la oportunidad de conocer, Almudena Cid. Finalmente, me apunté en la lista de espera de aquel club y después de un año y medio de impaciencia me llamaron. Con 8 años entré en el club. En las competiciones siempre nos quedábamos sorprendidas con los ejercicios del Club Rítmica Chana y, como estaba más cerca de mi casa, después de dos años me cambié a ese. El primer año competía con cinta en individual y siempre acababa con medalla y en podio. Al año siguiente empece a formar parte de un conjunto, con 5 aros. Al principio no teníamos demasiado éxito pero, poco a poco, empezamos a subir peldaños, superando cada una de las dificultades que se nos anteponían. Entablamos muy buena relación entre todo el conjunto en poco tiempo, a diferencia del resto de grupos en el mismo club.
Pero no todo era bueno y perfecto en aquel lugar. El éxito era debido a las exigencias de la entrenadora, y la mayoría de las familias estaban en descontento con el trato que recibíamos. No era justo y razonable que en una actividad que, supuestamente, era para entretener estuviésemos recibiendo gritos constantes.
A las dos horas de los tres días en semana se le añadió una hora de ballet los viernes, que realmente, era tecnificación para perfeccionar los pasos que pertenecían a esta disciplina en la gimnasia rítmica.
Teníamos una profesora con muy buena técnica, pero un forma de ser dentro de clase que temíamos cada una de las alumnas. Probablemente tuviese un carácter genial fuera, pero no estábamos acostumbradas a tanta disciplina y a más de una nos chocó mucho todo aquello. Alguna vez que otra llegué a casa diciendo que no quería ir más a aquella clase, y mis padres se lo comentaron a la entrenadora. Como era de esperar, me cayó una regañina de la entrenadora por haberme quejado de la profesora de ballet. Para no seguir teniendo más tensión con ella por aquello (porque era mejor tener buena relación...) decidí simplemente ir a clase e intentar sobrellevarlo, aunque realmente lo estaba empezando a odiar. Poco a poco, empecé a cambiar la visión de la clase y de la profesora; no sé si fue porque yo cambié o porque ella lo hizo, pero comencé a ir con buena cara, e incluso me estaba empezando a gustar.
Al año siguiente, la entrenadora nos comentó que la profesora de ballet sería una distinta. Estábamos todos expectantes para ver quien sería la nueva.
La primera vez que vi a Bea me sorprendió, no me la esperaba así. Tenía algo especial y un carácter que era mágico; sonriente, con mucha gracia, bonita... Tenía aire de bailarina, y sus andares la delataban.
Con el tiempo me di cuenta de que sentía cierta curiosidad en mi, que quizás me prestaba un poco más de atención que al resto, y yo me empecé a tomar un poco más en serio todo aquello, quizás esa era la razón... Las demás iban para pasar el rato, porque estaban obligadas a ir; en cambio, yo deseaba durante toda la semana que llegara el viernes, incluso más que ir a los entrenamientos cotidianos de rítmica. Cada día en clase me esforzaba por hacerlo todo perfecto, aunque obviamente no era así, pero yo daba el cien por cien de mi.
Y me empezó a gustar tanto que me cansé de pasarlo mal en la rítmica. Un día llegué con una cara diferente a la habitual de alegría, y ella me lo notó, por lo que me preguntó, a lo que yo le respondí que la rítmica ya no me hacía feliz y que no quería seguir con aquello. Su expresión en el rostro cambió por completo, pero no me dijo prácticamente nada porque la clase se había terminado y tenía prisa. Cuando llegué a casa vi un mensaje de un número desconocido y me dijo que era ella. Me sorprendió de una manera increíble. Se ve que preguntó por mi teléfono en la administración y lo buscaron en los registros del pabellón. No me podía creer que le hubiera dejado tan inquieta el que yo le hubiera dicho aquello y que tuviese la urgencia de hablar conmigo. Le estuve contando las razones y que me iba interesando cada vez más el ballet, mientras le perdía interés a la rítmica. Una de sus ideas para que eso dejara de ser así era que me cambiara a su academia, en la que era ella alumna, porque no merecía la pena seguir haciendo algo que no me llenaba. Supe que aquel sería mi último año en el club. En cada clase me esforzaba un poco más para no llegar a la academia sin ninguna base.
Ella me informaba, al ver que yo sentía mucha curiosidad por este mundo, me mandaba vídeos, fotos, e incluso me invitó a una de sus actuaciones... Ansiaba por verla bailar.
Comencé a admirarla, a día de hoy se ha convertido en una de las personas más influyentes en mi vida.
El proceso de cambio, nueva profesora, compañeras, pero sobretodo la exigencia... fue bastante complicado. Hubo momentos en los que dudé de si aquel era mi sitio o no, pero gracias a Bea y su apoyo he seguido adelante.
Los dos primeros meses fueron los peores, es lo que tardé en ponerme casi al nivel de mis compañeras, las cuales me acogieron muy bien, sentía en cada clase que nunca iba a llegar a estar como ellas, pero finalmente lo conseguí.
En cuestión de dos semanas pude usar las tan esperadas puntas, y fue algo del otro mundo, no me podía creer que aquello estuviese pasando. Algo que yo veía en las bailarinas que tanto admiraba, y ahora yo estuviese ahí arriba.
Un día hablando con la profesora me dijo que haría el examen de la Royal Academy of Dance, directamente presentarme a 5º grado, y la felicidad en el cuerpo no me cabía. Era algo que pensaba que nunca conseguiría y al final acabé con una nota más alta de lo esperada, rozando por dos puntos la Matrícula de Honor (Distinction). Fue un logro conseguido a base de muchas lágrimas en cada clase, esfuerzos, horas interminables practicando, lesiones... etc.
La primera que pisé un escenario fue algo que me dejó boquiabierta. Era suplente, y fue por pura casualidad, porque los bailes me los había aprendido unas semanas antes. Pensar que era antes la que estaba ahí abajo admirando la fuerza de los bailarines, y ahora fuera yo la que estaba moviéndose al compás de unas notas era algo que no me entraba en la cabeza.
Y todo esto se lo debo a una persona, por las casualidades que nos trae la vida, porque fue una suerte el haber coincidido con alguien que con un simple desvío me ha cambiado la forma de ver las cosas.